¿De qué se trata en esta ocasión? Después de la estupenda Caché (ya reseñada en este blog) - sin considerar el remake yanqui de Funny Games (2007) -, el cineasta alemán vuelve a la carga con una historia pequeña, ambientada en la Alemania previa a la I Guerra Mundial, y con una minúscula población como protagonista.
Aviso: SPOILERS
Con la paciencia necesaria y con un dominio preciosista de la narración, nos va introduciendo en la sociedad cruel e inflexible en la que viven los habitantes de este pueblo maldito. Una estricta moralidad judeocristiana impregna la vida en todas sus facetas y los dirigentes se rigen por la normas de lo virtuoso y lo correcto a los ojos de Dios (dirigentes entre los que excluyo al maestro, testigo de excepción y narrador en off de la historia, por no hacer una radical interpretación de dichas normas).
Cuando la respresión es desmedida, cuando las gentes actúan de determinada forma sólo por miedo a las consecuencias, cuando no se puede protestar ante un cacique inflexible, un pastor tirano y cruel o un maestro pusilánime, es entonces, tras mucho aguantar, cuando la rebelión estalla y del modo menos esperado.
Se suceden "accidentes" entre las gentes del pueblo: cables en medio del camino y palizas terribles que nos ponen en la pista de quiénes son los responsables. Lo mejor de todo es que Haneke consigue que no se lo tengamos en cuenta, aunque sea algo totalmente deleznable, porque sabemos que los verdaderos culpables de que todo ello suceda son otros, con sus reglas y su virtud mal entendida. Así es, podemos ponernos en la piel de los salvajes, aquellos que todavía no están capacitados para ofrecer una respuesta racional ante el sufrimiento. Y ahí radica la maestría del cineasta, que no permite que emitamos un juicio sin haber escuchado a todos los testigos. Y que se limita a mostrar realidades extremas, sí, pero posibles al fin y al cabo.
Salimos de la sala 2 sin respuestas pero con muchos interrogantes que resultan saludables para nuestra mente. En mi caso no me importa que queden cosas sin resolver, eso es lo de menos. Lo verdaderamente importante es la disección del ser humano a la que asistimos como espectadores privilegiados, a través de unas imágenes que rezuman belleza y poesía (me pareció magnífica la escena de la campesina muerta, con un encuadre perfecto, una imagen que no encuentro en ninguna parte).
Ese blanco y negro que tanto ha llamado la atención entre la crítica, especializada o no, da lugar a la muestra de nevados paisajes hermosísimos y a una veracidad buscada. Haneke afirma haber rodado así porque le apetecía y porque de esa época sólo tenemos testimonios sin colorear. Es más, se sabe que el casting estuvo marcado por la búsqueda de actores que tuviesen cara de principios de siglo XX (no hay más que ver a Christian Friedel caracterizado como el maestro de escuela para darse cuenta de ello). He de decir que, además de parecer transportados por la máquina del tiempo, todos ellos, niños incluidos, hacen una labor estupenda.
Dos visiones particulares de la naturaleza humana y de los porqués de su actuación. Ambas válidas y con resultados estupendos.
No me voy a extender en un análisis profundo de El manatial... pero se la recomiendo enfervorecidamente, como todo aquello que lleve el sello de Bergman. Como todo aquello que lleve el de Haneke. Disfruten.