miércoles, diciembre 05, 2012

STREAMS I: DIAMOND FLASH (CARLOS VERMUT, 2011)




Póster de la película.


Ayer estrené mi abono para Streams (una selección de películas de Austria, Bélgica, Alemania, Suiza, Irlanda, España y Francia del Festival Europeo de Cine Online, en el portal de Filmin) con la película que me hizo ganar el concurso del Blog de Cineonline de Fotogramas: Diamond Flash (Carlos Vermut, 2011). 
De todas las películas propuestas, la del español Vermut es la que más me apetecía, porque de ella había oído hablar mucho y bien. Así que me dispuse a comprobarlo.

ATENCIÓN: SPOILERS

Ya no se pueden enfadar conmigo si se enteran del argumento, uno de los misterios mejor guardados del film con la intención de que el espectador lo vea sin ningún tipo de información, para poder disfrutar así de una película que sorprende por varios motivos.
Se trata de la opera prima de Carlos Vermut (director, productor y guionista de la película), un joven ilustrador que se pasa al cine de forma contundente. Y lo es porque aborda un tema difícil como es el maltrato hacia la mujer y lo hace de una manera en absoluto convencional, entrelazando historias, personajes y géneros al incluir fragmentos de la vida de cinco mujeres vistos bajo la perspectiva del thriller, el drama social e, incluso, lo fantástico (no nos olvidemos de Diamond Flash). La película se va entrecortando en capítulos cuyos títulos (Familia, Identidades, Sangre...) nos van aportando pistas de lo que va a suceder a continuación y nos hacen saltar de una historia a otra, en ocasiones de forma abrupta y sin conexiones. Pero estos cortes, con bruscos fundidos en negro, empiezan a tener sentido y, como si de un puzzle se tratase, vamos armando poco a poco las historias y entendiendo las conexiones que hay entre ellas. 



 Elena tiene un secreto relacionado con Diamond Flash.


La factura del film está marcada por una producción de bajo coste (Vermut confiesa haber utilizado una cámara fotográfica con grabación de vídeo para rodarla y las localizaciones son las casas de sus amigos y poco más), característica que en este caso se torna en virtud, porque así se cede el protagonismo a los personajes que, en general, están bastante bien trazados. Una mujer maltratada que repite la historia de su madre y que cree en la justicia de los superhéroes, los que son buenos de verdad y no matan a los malos, por muy malos que sean; una madre angustiada por la desaparición de su hija y traumatizada por los abusos sufridos en su infancia; dos mujeres que secuestran y matan sin mayor problema, aunque no carecen de sentimientos; una torturadora que demuestra ser actriz nata a la hora de engañar a su víctima... Todas ellas relacionadas con un ¿hombre?: Diamond Flash, personaje que aparece y desaparece sin dejar rastro y sin ser ese superhéroe soñado.

Para dar forma a todos los personajes, el director se vale de actores poco o nada conocidos (excepciones son la televisiva Inma Isla y Javier Botet, al que siempre es un gusto ver en acción) que sacan adelante el trabajo con bastante acierto, si bien es verdad que se aprecian algunos errores y no todos resultan demasiado verosímiles. Pero si hay que destacar a alguno de ellos me decanto por María Victória Radonic, una asesina bastante psicópata que llega a dar miedo de verdad.

Hablábamos del bajo coste que ha supuesto la película pero se debe destacar que no por ello se ha dejado de lado elementos como la fotografía, muy cuidada a mi entender, en la que destacan los numerosos encuadres a partir de los marcos de las puertas con el fin de darle importancia a la escena y al diálogo. La iluminación también está bien tratada, con claroscuros en los momentos clave y una luz naturalista en el resto de las escenas.



La aparición de Diamond Flash es un buen ejemplo del uso de la iluminación y los encuadres. 

Y antes de meterme con los peros de la película, quisiera destacar otro elemento que me ha parecido interesante; se trata de la BSO, que me enganchó desde los créditos del inicio, con la canción Say It No More, de Simon Gale and His Music. Se trata de la melodía de la carta de ajuste de la BBC en los años 60, una música que le pareció adecuada al cineasta por su tono dramático (leer más sobre la BSO aquí).





Vídeo de la canción de los créditos de apertura del film


Y, como ya hemos anunciado, vamos ahora con aquellas cosas que no me acaban de convencer que, también he de decir, no son demasiadas. 
Para empezar, es de justicia destacar que se trata de una primera película, del debut de Vermut y que tampoco hay que ser demasiado estrictos por ese mismo motivo. Pero hay cosas que saltan a la vista (y al oído), como por ejemplo, la silueta que se ve pasar entre sombras en uno de los momentos en que Juana y Lola hablan en el restaurante o el hecho de que Elena hable con Lucía y le llame Elena. Quizás sean pequeños fallos, tonterías al fin y al cabo, pero creo que merece la pena rehacer la toma y dejar la película a prueba de quisquillosos como yo misma.
Como digo, esto no son más que tonterías. Lo que sí me desconcierta y no me acaba de convencer es el hecho de dejar prácticamente todas las historias sin final, en el aire. Quizás en ello radique parte de la originalidad de la propuesta pero, como espectadora, me gustaría que, después de dos horas de estar pensando y enlazando temas, se me diese una solución para el rompecabezas: quiero saber qué es lo que les ha sucedido a los personajes, quién es Diamond Flash, dónde está Alba, qué le va a suceder a Elena.
Por otro lado, hay cosas que me molestan como el hecho de que Elena se quede tan tranquila después de todo lo que le ha sucedido. O que Jaime y Violeta desayunen como si nada hubieran hecho después de las barbaridades que han pasado. Lo dicho, me parece que quedan cabos sin atar y eso me molesta bastante.
Además, no tengo muy claro cómo se aborda el tema del maltrato. El hecho de introducir elementos fantásticos (que no me desagradan, he de decir) no le quita importancia a los golpes, a las muertes. Elena cree en los superhéroes buenos, pero lo cierto es que los buenos parecen no existir. Su admirado hombre enmascarado no es más que un matón que la pone en peligro. ¿Qué debemos pensar ante ésto? Quizás lo que necesite la película es mostrar un castigo para los asesinos y torturadores, una esperanza final y no una amenaza, que es con lo que nos quedamos. 

Superhéroes con superpoderes, venganzas, secuestros, intentos de asesinato y asesinatos consumados, amores no correspondidos, polémicas con los cócteles en el Picnic mientras se busca una sonrisa... Diferentes personajes con diferentes problemas y ambiciones tratados mediante géneros diversos que se entrecruzan dan lugar a uno de los films españoles del momento. Con sus virtudes y sus carencias. 
De lo que sí estoy segura es de que a Carlos Vermut hay que seguirle la pista. A lo mejor no nos da solución para los problemas que plantea pero lo que sí aporta es entretenimiento y ganas de pensar. Démosle tiempo.


lunes, diciembre 03, 2012

VIVIR (AKIRA KUROSAWA, 1952)






La primera vez que vi Vivir (Ikiru, Akira Kurosawa, 1952) –hace media vida literalmente– se podría decir que sufrí un shock cultural. Era una de las primeras películas orientales que veía, por lo que me pareció extremadamente lenta y creo que entendí más bien poco. Las aventuras (y desventuras) del señor Watanabe no me llamaron la atención especialmente y la última parte fue casi un sufrimiento para una joven de 15 años que empezaba a interesarse por el cine. He de decir en mi favor que la vi (y la vi entera)  grabada de un programa de La2 que se emitía demasiado tarde, por lo que mi interés estaba ya despierto pero mi razón quizás poco educada en asuntos de la cultura japonesa. Seguramente muchos no iniciados al cine oriental me entiendan en esta tesitura (no sería la primera vez que veo a gente salir disparada de la sala de cine ante la parsimonia de cines como el japonés). Pero algo tenía que tener Vivir para que me enganchase para siempre al cine que nos llega del Lejano Oriente. 

Akira Kurosawa propone un cuento en el que la moraleja es casi tan extensa como la propia historia. Mediante un estilo realista, que tal vez se podría denominar como neorrealista, el cineasta japonés nos introduce en los últimos días de un hombre anodino, gris, que ha gastado su vida en un trabajo que resulta inútil cuando ya no se tienen ganas de seguir adelante. Sólo la certeza del fin le despertará de su letargo, dedicando el tiempo que le queda simplemente a vivir. A partir del estupendo trabajo de Takashi Shimura, una cuidada planificación –a menudo a ras de tatami– y con una construcción en dos partes bien diferenciadas, hilvanadas mediante flashbacks que nos van aportando información, Kurosawa pone el dedo en la llaga al mostrar  la pasividad de una administración, la japonesa, que no era capaz de solucionar los muchos problemas que tenía la sociedad nipona en esa época de posguerra. Pero si ese es uno de los temas clave, tal vez sea más importante el señalar el egoísmo de los hijos o la corrupción de los políticos hambrientos de poder. Es por ello que es la segunda parte del film, durante la cual asistimos al velatorio del señor Watanabe, la más significativa de ambas. En ella se apunta esa moraleja de la que hablábamos antes, la enseñanza que nos queda clara a los espectadores, no tanto a los protagonistas de la película. Y es que parece que el cuento no tiene un final feliz, puesto que, pese a las buenas intenciones de unos pocos, nada cambia y todo vuelve a la absurda normalidad. Los personajes no han aprendido la lección y volverán a cometer los mismos errores; el pesimismo se apodera del espectador pero, atención, ¿qué hemos aprendido nosotros?  Tal vez sea esa la más valiosa de las enseñanzas. 

Arigatou Kurosawa-san.